Llamémoslo por su nombre: André Aciman creó un monstruo

Espoleado por el buen tiempo de la primera semana de octubre de 2022 y por la luz vespertina que fluía, en un juego de refracciones y reflejos, entre los sampietrini (podríamos decir adoquines pero entonces no seríamos tan cool) del centro romano, servidor de ustedes llegó revoloteando desde Piazza Navona hasta la figura sin extremidades de Pasquino. De las seis estatuas parlantes de Roma, la del guerrero heleno es en la que, todavía hoy, se colocan más anotaciones satíricas; perpetrando, así, un continuo homenaje etimológico para que no olvidemos nunca de dónde proviene la palabra “pasquín”. Pero disquisiciones snob a parte, aquella tarde una cartulina rosa, entre las decenas de papelitos que doblegando sus extremos claudicaban como mariposas a la brisa capitalina, atrapó mi atención casi al instante. Escrito con rotulador negro, trazo firme y unas máyusculas que se acercaban por sorpresa a la perfección tipográfica helvética podía leerse: “STOP MAKING ANDRÉ ACIMAN’S “CALL ME BY YOUR NAME” FAMOUS!” (¡Dejad de hacer famoso al “Llámame por tu nombre” de André Aciman!).

Justo en el mismo lugar en el que Elio le muestra los guisantes regurgitados a Oliver, alguien que había hecho mucha caligrafía en su vida expresaba su indignación, compartía su hartazgo y gritaba a las sombras de la ciudad eterna un “¡Basta ya!” de dimensiones colosales. Lo hacía reconvirtiendo una frase viral sobre la catadura intelectual de nuestras celebridades en un toque de atención sobre uno de los productos pop más venerados de los últimos años.

Para quien en la base de Pasquino pegó con una doble tira de cinta adhesiva la proclama contra la obra más famosa del escritor italo-estadounidense nacido en Egipto, el resto del día ya estaba hecho. Había conseguido lo imposible. Exorcizó el demonio de uno de los dogmas con más acólitos en la comunidad LGTBIQ+.

Simpatía infinita para ella, él o elle porque reflexionar, aunque solo sea un poco, sobre “Llámame por tu nombre” (Farrar, Straus & Giroux, 2007; Alfaguara, 2008) y plantearse que quizá tendríamos que hacérnoslo mirar es un anatema. Si existiese (¿existe?) un canon de literatura gay y queer, la novela de André Aciman aparecería seguro. Si hubiesen (las hay) listas de los mejores libros LGTBIQ+ del siglo XXI ahí estarían las bicicletas de Elio y Oliver camino de B. porque en pocas novelas gays hay tanta unanimidad tanto en recepción crítica positiva como en admiración lectora. No toca entrar aquí en el “efervescente” debate sobre qué es una novela gay. Aparquémoslo. O escuchemos el podcast «Preciosos Bastardos» de Luis Romani si queremos indagar más. Pero, en el ínterin, miremos cómo percibió el periodismo ilustrado la primera novela de André Aciman.

Recién publicada, la escritora y crítica literaria Stacey D’Erasmo se encargó el 23 de febrero de 2007 de armar su reseña para The New York Times calificándolo de un libro “extremadamente bello”. Apuntaba que era una gran historia sobre una “salida del armario” (?) y “un relato sobre el despertar sexual adolescente” (??). A partir de ahí, las puertas de la industria cultural norteamericana se abrieron de par en par ofreciendo sus cálidas y placenteras aguas a las zambullidas italianas de los dos muchachos de 17 y 24 años. The New Yorker quedó fascinado por el piano de Elio y Kirkus la tildó de “graciosa novela de debut (…) una calmada historia de amor, literaria e impecablemente escrita”. Y desde entonces, cuando se escribe sobre “Llámame por tu nombre”, parece que todo el pescado esté vendido.

No obstante, después de cocinarlo y macerarlo con el tiempo, algo no sabe bien. Quizá sea imputable al autor (si queremos ponernos el bañador del romanticismo trascendente). Tal vez sea una tara en el esqueleto formal de la novela (si nos vestimos con la camisa ondulante del constructivismo). O a lo mejor, y ahí se masca la tragedia, la convulsión gustativa radica (dirigiendo nuestra mirada de muvistar a la estética de la recepción con todas las salvedades anotadas en “Política Sexual”(Cátedra, 2017) por la gran Kate Millet) en la interacción entre el texto y sus potenciales lectores.

Reflexión en torno a Llámame por tu nombre

Veamos. El autor es un respetado doctor universitario y crítico literario cuya destreza con el lenguaje está fuera de toda duda. Perdonémosle los arrebatos cursis aunque sean imperdonables porque los profiere un personaje que supera todos los niveles de pretenciosidad posibles: “la luz de mis ojos (…) la luz del mundo, eso es lo que eres, la luz de mi vida”, “quería sumergirme en la piscina clara y encantadora de sus ojos sin haber sido invitado” o “estaba desesperado por olvidar aquel beso perdiéndome en su interior”. Señalemos también que el autor es heterosexual con hijos (al menos, así refiere él -directamente o por aceptación implícita- en las entrevistas que concede). Y lo hacemos solo por contextualizar. No para caer en la trampa normativa de “¿acaso un heterosexual no puede escribir una novela gay?”. Normalmente, en esa tesitura, al hacer referencia a “Poderes terrenales” de Anthony Burguess o a la novela gráfica “Enigma” de Peter Milligan y Duncan Fegredo todo se vuelve a calmar. Y apuntemos que el propio Aciman le comentó al periodista Rubén Serrano en una entrevista publicada en eldiario.es a propósito del lanzamiento de “Encuéntrame” (Alfagurara, 2020), continuación sui generis de “Llámame por tu nombre”, que nunca escribió la novela con ninguna intención clara y que la terminó muy rápido “porque tenía un contrato para escribir otra novela”.

Limadas las aristas significativas con el autor, pongamos el foco ahora en la obra literaria. “Llámame por tu nombre” se abona a una estructura clásica con reverberaciones de “El amante”(1984) de Marguerite Duras y sigue el camino introspectivo marcado por la novela “La Princesa de Clèves”(1678) de Madame de La Fayette de cuya obra André Aciman es especialista. En principio tampoco parece un artefacto formal desdeñable en manos de un advenedizo. Además, la trama funciona a la perfección si la consideramos una novela sobre el tiempo que mira de reojo a Proust del que André Aciman también es experto y sobre la concepción del mundo de Heráclito (del que Oliver es un avezado estudioso). Ya saben, el río y el todo fluye.

Solo queda, pues, movernos en el campo de la interacción y de su su arista más mundana: la recepción. ¿Por qué el libro de Aciman se significa de una determinada manera para la mayoría de sus lectores? ¿Es esto una historia de amor? ¿Estamos ante el relato romántico total en el que las personas queer nos vemos reflejadas? ¿Es un salto al vacío en busca del deseo? ¿Importa que los protagonistas sean dos hombres jóvenes? ¿Existe aquí alguna mirada sobre la homosexualidad? ¿Existe un nosotros como colectivo en la piazzeta? La inmensa mayoría de las personas a las que aprecio que son grandes lectoras y lectores y pertenecen a la comunidad LGTBIQ+ contestarían afirmativamente. Pasquino también lo tiene claro pero en un sentido diametralmente opuesto. Y el hueco entre lo que se nos cuenta y lo que recibimos se va agrandando vertiginosamente cada día más.

Cartél cinematográfico de Llámame por tu nombre

De hecho, la acción recíproca entre “Llámame por tu nombre” y su público receptor se vió amplificada hasta niveles estratosféricos a partir del 22 de enero de 2017 cuando se estrenó en el Festival de Sundance la película homónima dirigida por Luca Guadagnino con guion de James Ivory, Walter Fasano y el propio director y protagonizada por Timothée Chalamet y Armie Hammer. Del film, de sus implicaciones socio-histórico-culturales, de la figura del twink y de la proliferación de “Elios Chalamets” en Grindr, Onlyfans y otros rincones de la web, escribe unas demoledoras e inspiradísimas líneas Alberto Mira en “Crónica de un devenir. Tiempo, experiencia, generaciones”(Egales, 2021). Aquí vamos a quedarnos con ese muro de Monet metafórico (el de la pantalla de cine) que se convirtió en un gran catalizador emocional y un auténtico motor de combustión para que las editoriales de todo el mundo con los derechos de la novela de André Aciman vieran como sus reediciones aumentaban exponencialmente (en junio de 2022, Alfaguara publicaba en lengua española la decimocuarta reimpresión). Muro que vio también como legiones de nuevos seguidores cayeron noqueados por el calentón físico e intelectual de Elio en su verano italiano de principios de los ochenta del siglo pasado.

Por si el engranaje cinematográfico no fuese suficiente para dar a conocer a los dos muchachos protagonistas (en los últimos meses el director palermitano ha deslizado el proyecto de una segunda parte de la película, una suerte de «Las crónicas de Elio después de la partida de Oliver»), el pope musical de la generación Z, Lil Nas X, abría cuatro años después su brutal disco MONTERO (Columbia, 2021) con la portentosa “MONTERO (Call me by your name)”. Una canción de dos minutos escasos que apela y aúna bajo un paraguas de beats luminosos a la generación queer más joven y que obviamente pasó a preguntarse qué era eso de “Call me by your name”. Y aunque André Aciman declarara de inmediato que se sentía halagado por haber servido de inspiración a un talentoso músico, Lil Nas X tuvo que clarificar que la canción no se inspiraba en el libro sino que simplemente se vio usando la frase cómplice de Elio y Oliver en una relación afectivo-sexual de la que sí que habla su temazo. “Llámame por tu nombre” volvía a estar bajo el foco de las tendencias otra vez. Por lo que, ya sea gracias al libro en sus primeras ediciones (Generación Facebook), bien por la película (Generación Instagram) o debido a la curiosidad suscitada por el espectacular vídeoclip y la canción de, llamémosle por su nombre, Montero Lamar Hill (Generación TikTok), por la casa italiana en la que el padre de Elio acoge a jóvenes profesores universitarios han pasado infinidad de lectores con distintas redes sociales de cabecera en estos últimos dieciséis años. El devenir mediático de la obra de Aciman ha sido un prodigio de permeabilidad al tiempo que ha asentado una fábrica de potenciales haters dispuestos a defender con su ejército de ceros y unos los “supuestos” fogonazos de su libro de cabecera.

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Así pues, más allá de las virtudes y aciertos de la novela, los lectores de “Llamame por tu nombre” aglutinan en su club de fans a tres generaciones distintas en términos digitales. Una diversidad de personas cuarteadas por diferentes vectores sociales a los que su autor les presenta una historia de ecos proustianos cuyas lecturas la señalan como la gran historia de amor de nuestro tiempo. Una realista aproximación al deseo. Además André Aciman no escatima ocasión para señalar la multitud de correos que recibe agradeciéndole que contara un relato en el que se ven reflejados muchos miembros (o no) de la comunidad LGTBIQ+. “Gracias por contar mi historia” es el mantra de gratitud de los mensajes que inundan su bandeja de entrada. Y ahí la novela devino monstruo. Cuando se incorporó al imaginario colectivo de manera acrítica vistiéndose de zeitgeist. Comiéndose a su época edulcorando otra anterior sin avisar. Aún teniendo presente el bandazo ucrónico que le comentó el autor a Rubén Serrano en la entrevista citada anteriormente (“quería escribir una historia sobre cómo sería todo si no hubiera acoso, vergüenza ni SIDA”), hay suficientes elementos en las casi trescientas páginas del libro para, al menos, manejarlo con cuidado. Y sí, en esto estamos de acuerdo: en aquellos años de plomo de principios de los ochenta la casa arcádica de los padres de Elio era una historia de ciencia ficción, literariamente lícita, creativamente resultona pero de resonancias dudosas o al menos poco claras. ¿Por qué en ninguna reseña del libro, al menos en las mainstream LGTBIQ+, aparecen (solo para debatirlos, no para dinamitar la obra) conceptos como «enésima concepción de la homosexualidad entendida como una fase», «relación tóxica» o «machitos privilegiados con urticaria genital»? ¿Es posible abrir ese debate o solo nos queda Pasquino?

Y una aclaración final para los seguidores de Aciman (la venda, la herida). Hay que reconocer que crear un monstruo (de manera voluntaria o no) no es algo intrínsecamente horrible. Que se lo digan al legado de Mary Shelley. Aunque el moderno Prometeo poco tiene que ver con las vicisitudes de Glauco y Diomedes, ese par de cabroncetes pretenciosos. Así que el tiempo, tan cabrón también, sacará o meterá a “Llámame por tu nombre” en el saco que la corriente cultural dominante de la época crea que se merece. Ojalá que después de una gran reflexión sin condicionantes maliciosos. De momento solo cabe esperar mientras nos comemos un par de jugosos melocotones y articular un gran…¡luego!

Imagen de cabecera: Composición a partir de dos cubiertas de «Llámame por tu nombre»

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