Algo está mal en «Smiley». Algo se pudre en Dinamarca, diría Hamlet. En general, algo está mal en las series LGTB. ¿O alguien recuerda alguna serie LGTB de los últimos cinco años a la que no se le haya acusado por haber hecho algo mal? Ese afán de doblemente juzgar las historias en pantalla con el “hubiera sido perfecta, pero…” pero, pero, pero. Siempre los peros. Armar historias es algo dificilísimo.
Las series son narrativas ficcionales, aspiracionales, cuya verosimilitud debe ser coherente con su universo. No con el nuestro. Es verdad que todas nos van a parecer demasiado idealizadas, blanqueadas, elitistas, estereotípicas, un largo etcétera. O al contrario, las encontraremos hiperviolentas, promiscuas, precarias. O lo doblemente peor, las veremos como una combinación fallida de todo lo anterior, pero embellecidas. Algo estamos asimilando mal como espectadores.
Ahora, «Smiley» (Guillem Clua), y antes le tocó a «Desparejado» (Darren Star y Jeffrey Richman), y antes a «Heartstopper» (Alice Oseman). Tres series de Netflix estrenadas el año pasado que causaron dilemas. Ocurre siempre con los estrenos, pero los contenidos LGTB tienen un añadido: no basta con ser buenos, parece que le deben algo a la audiencia.
Como espectadores esperamos historias perfectas, ningún cabo suelto, no solo en la trama, también en todas y cada una de las decisiones que el proyecto ha tomado: sea el color de piel del protagonista o la talla de cierto personaje secundario. Cada elemento es puesto bajo la lupa.
Hello. Las historias que vemos no son para reflejarnos en ellas, ni reivindicarnos, ni mucho menos educarnos. Pueden hacerlo, pero no es su propósito. La identificación sucede a nivel emocional y eso es lo verdaderamente importante, no la envoltura.
Si presumimos de ser espectadores exquisitos podemos afirmar que «Smiley» configuró sus elementos para ser súper efectiva y penetrable, por no decir comercial, es una serie apetecible para todos. Digamos que ha vendido su cuerpo al diablo, no su alma. El escritor y director escénico Guillem Clua ha jugado como los grandes.
Un protagonista ridículamente atractivo, un contexto ficticio espacial y social agradable donde la audiencia se siente más cómoda, choque de generaciones, una dosis de comedia ligera e ingeniosa con puntos dramáticos sincronizados para que no parezca “una simple comedia” y un tema LGTB siempre en tendencia: las peripecias del flirteo de la época en turno.
Juzgar a la serie por lo que hubiera hecho mejor es igual a decir que hubiéramos preferido que fuera otra cosa. Juzgarla por no cumplir con lo que nunca prometió, no solamente está fuera de lugar, sino que es cansado. Lo que importa en «Smiley» es que el viaje emocional de Álex 2 Gimnasios y Bruno Pedante lo vivimos todos.
Pero el gran fallo de la serie radica en clonar el pecado de muchas otras series que se presentan progres y es querer hablar lo más que se pueda de todo lo LGTB al mismo tiempo. La gula ambiciosa por mostrar a varios personajes del colectivo, de cada sigla y más, y de darles “su momento” en escena.
«Smiley» es protagonizada por una pareja de gays treintañeros buscando amar y ser correspondidos; la gran cuestión que acorrala a la mayoría de las personas de la diversidad “¿seré o no seré amado por quien me enamoro?”. No conforme con la premisa, «Smiley» va por el conflicto de una pareja de lesbianas que abren su relación, y va por otro gay “mayor” travestido y luego por otro gay “mayor” enclosetado con su historia del pasado en un trío amoroso, y de pilón, una pareja heterosexual y sus problemas matrimoniales.
Okey, las subtramas funcionan porque alimentan la expectativa de futuras temporadas. Nos dejan la esperanza de que puede existir un mejor desarrollo para el personaje que solo fue un estereotipo, una historia que quedó mal parada o un secundario que merece reivindicación.
«Smiley» trató de equilibrar la balanza y ahí erró. Los mejores momentos recaen en los diálogos donde se mofa de sí misma y su asalto al cliché. El gran debate de los protagonistas encarnados por Carlos Cuevas y Miki Esparbé. Las situaciones donde el humor se eleva al drama, sin tomárselo tan en serio.
La serie sobrevivirá a la crítica que esté fuera de lugar. Al público desprejuiciado de que «Smiley» debe ser más de lo que es y mejor de lo que pudo ser. Deberíamos de celebrar que haya un contenido descaradamente LGTB que genere esta conversación. Pues otro gran acierto de la serie es que no ha dejado indiferente a nadie.
Imagen de cabecera: © Netflix
A mi personalmente me pareció entretenida y divertida. Disfruté mucho verla y llegué a odiar a los personajes principales. Sí creo que trató de equilibrar mucho la balanza al meter a todas las letras del LGBT, pero creo que la trama funciona y eso es lo importante. Gracias por este artículo.
A mí también me gustó la serie. Hay grandes momentos y en su totalidad funciona perfecto. Gracias por leerme, Juan Carlos, ¡saludos!