Apolo sacó una cajita debajo de su cama que envolvía con un pañuelo azul, el candado bailaba con el movimiento de tracción, era pesada. La acomodó como pudo en su colchón y de un collar que usaba bajo el traje sacó una llave pequeña que buscó su camino hacia la cerradura. Compartían ese cuarto desde que había llegado a trabajar en enero pasado, siempre de lunes a viernes y a veces, un par de sábados. En ese cubículo brotaron las confidencias y los secretos, ambos alejados de sus albores juveniles habían aceptado la oferta para conseguir algo de dinero. Lo primero fueron las noches de desvelo mirando por la ventana pequeña que daba hacia el mar. Lo segundo, la discusión por los cigarrillos que afectaban a uno y encantaban a otro. Lo tercero, el calor del verano y la poca ropa que tentó a más de una mirada curiosa en esos momentos de satisfacción personal.
Una noche que ambos tenían libre decidieron jugar cachos para capear el aburrimiento, un whiskey bien escondido salió de una mochila hacia unas tazas con té pegado. Empezaron apostando en un inicio algunos pesos para luego escalar a las prendas. Apolo era velludo y de complexión ancha, usaba anteojos de gran aumento que le proporcionaban a su cara unos ojos diminutos, tenía algunos tatuajes en idiomas extraños y una cicatriz bajo su ombligo que confesó haber adquirido en una riña con su apéndice. Marte era mucho más lampiño y más bien escuálido, arrugaba la nariz para reírse de los chistes aburridos de Apolo, y siempre se acomodaba el cabello hacia la derecha tapándole media ceja con un rizo. Ambos rondaban por su última prenda unos slips blancos almidonados. Afuera una tormenta tropical azotaba la ventana contra el marco y les removía el pelo. Apolo decidió que aquel que se quedaba sin prendas servía la siguiente ronda del brebaje y procedió a lanzar los dados.
Roncaban en sus camas amoratados de tanto alcohol, despreocupados de la noche, algunas manchas de whiskey barato desentonaban en el blanco de sus improvisados pijamas. La ventana abierta invitó un nubarrón hacia la pieza y se estrujó sobre la cama de Marte dejándolo sin nido para pasar la noche. El polluelo desorientado saltó hacia la otra cama tiritando y buscando calor se abrazó a la única estufa desnuda, ahora piel con piel separados por los vellos y las respiraciones, ambos despiertos se quedaron callados, escuchando el tragar de saliva de cada uno. Una mano curiosa levitó hacia la otra y en punta y codo se entrelazó hasta apretar fuerte. Se miraron con la mitad de la cara escondida en la almohada, eran dos mitades descifrando un código en los ojos del otro, sincronizando la respiración pensaron que tenían un poco más de quince años. Ahora las pestañas estiraban los brazos para mirarse más de cerca, con el magnetismo de un parpadeo se abalanzó una boca torpe hacia la otra y sellaron un secreto con olor a fiesta.
Dentro de la cajita estaban los dados de esa noche, un anillo cromado, un mensaje en un papel sobre doblado que ponía “no quiero perderme de ti ningún solo ruido”, un fardo de billetes, dos tubitos de sangre arcoíris coagulada y un arma con cinco balas.
Excelente! Muy bueno, felicidades compatriota de Chile 🙂
Chilenos presentes. ¡Gracias por tu lectura, Nico!