Tercera norma

Matt Winter (España, 1984) nos presenta un relato erótico donde convierte el enésimo encuentro en los baños públicos en una fantasía propia de películas para adultos, con un protagonista "heterocurioso" y una peculiar mezcla entre clasicismo y modernidad.

—¿Y la segunda norma? —Aún tengo su regusto lechoso en la boca cuando lo pregunto.

El desconocido sigue mirándome de lado, cabeza gacha y ojos que son capaces de captar hasta los estremecimientos que ha experimentado mi piel hace unos minutos.

—Una relación corta —me contesta—. El tiempo lo decides tú.

Todo empezó esta mañana, cuando el despertador decidió no sonar. He llegado una hora tarde a la oficina y mi jefe me ha dicho aquello de «te estás pasando, Javier», que quiere decir que cada una de mis acciones marca una muesca en mi hoja de despido, que ya está bastante nutrida.

Casi a punto de fichar la salida han llegado las exigencias, con una montaña de documentos sobre mi mesa que hay que revisar, por lo que solo he podido marcharme una hora después. ¿Consecuencia?: mi novia me ha acusado de «tú solo piensas en ti mismo» porque no llego a tiempo a casa de sus padres y ha decidido que no quiere verme.

Eso ya hubiera configurado un día de mierda, pero no hay catástrofe sin colofón, y el coche me ha dejado tirado en medio de la carretera con el depósito seco. ¿Cómo se me ha podido olvidar echarle combustible?

Dos kilómetros andando por una carretera secundaria hasta una gasolinera, con una garrafa de cinco litros en la mano y un mal humor de perros, ese sí ha sido el colofón.

Cuando he llegado a la solitaria estación de servicio, donde solo hay un camión estacionado al otro lado, el dependiente me ha atendido de mala gana porque sí, porque él puede hacerlo, y cuando he salido con la garrafa llena y con ganas de bronca, me he dado cuenta de que llevo media hora meándome.

Tercera Norma Matt Winter

Los servicios de la gasolinera están en la parte de atrás, dos puertas cochambrosas donde está escrito WMN y MN. Ignoro el porqué de la falta de vocales si es que están escritos en inglés, pero entro en el segundo.

El escenario no mejora por dentro: un cubículo sucio donde está el inodoro, un lavabo sobre el que pende un espejo agrietado, y dos urinarios de pared, dentro de los cuales hay sendas pastillas desinfectantes.

Los urinarios me parecen lo menos peligroso para pillar una enfermedad mortal, así que dejo la garrafa en una esquina, me la saco y me pongo a mear.

Es entonces cuando escucho la puerta y un tipo aparece allí dentro.

Me asusto, claro. ¿A ti no te pasaría? Pero lo disimulo con valentía, tanto que el tipo carraspea, se coloca a mi lado, y ocupa el segundo urinario.

Solo se escucha el sonido de dos caños potentes sobre la loza, porque me he olvidado de respirar.

Lo miro de reojo, sin atreverme a mover un solo músculo. Es quizás un poco mayor que yo, rubicundo y atractivo. Está separado un par de pasos de la pieza de porcelana, como si necesitara apuntar desde lejos, por lo que el contenido de sus pantalones queda expuesto.

Me escucho tragar saliva sin saber muy bien por qué, como tampoco entiendo por qué lo miro a los ojos. Lo que me encuentro es su mirada clavada en la mía, y una sonrisa en los labios que me levanta un escalofrío por la espalda.

Sí, es un tipo guapo, o al menos me lo parece. Barba y pelo claros, y camisa de cuadros. Automáticamente pienso en el camión estacionado, o quizás es un nuevo cliente que acabe de llegar a la gasolinera con tantas ganas como yo. De mear.

Un movimiento de su mano me hace mirar de nuevo hacia abajo. ¿Está más grande o son imaginaciones mías? Porque se la sacude lentamente, mientras echa hacia atrás la piel con la intención de que no quede una sola gota.

No encuentro la explicación a porqué me atraviesa un ramalazo de deseo. Y cuando el desconocido se aparta, sin guardarla entre sus calzoncillos, y se mete en el cubículo del inodoro, me voy tras él, sin importarme que esté sucio y yo tenga los pantalones bajados hasta las rodillas.

Cuando la puerta se cierra nos besamos.

Su barba se enreda con la mía y su boca me sabe a algo salado y dulce, como un tipo de caramelo que venden en mi pueblo.

Cuando nuestras caderas se aproximan siento el impacto sólido y pesado, ligeramente húmedo, contra la articulación de mi pierna, subiendo hasta mi cadera. Y a la vez la sensible piel que me lo envuelve se aprisiona contra el vello rizado de su pubis.

Es una sensación deliciosa, sobre todo cuando el desconocido empieza a moverse, a deslizarse arriba y abajo, mientras me siento incapaz de separar mis labios de los suyos.

Reprimo un gemido, la hora y la ubicación lo vuelven difícil, pero… ¿Y si otro cliente entra en el aseo?

No sé en qué momento él me presiona los hombros para que caiga de rodillas. Yo lo hago, más preocupado por separarme de su boca que por los microbios que inundarán ese suelo.

Es entonces cuando nos vemos de frente, ella y yo.

Reconozco que no me había parecido tan hermosa, y dudo que mis mandíbulas tengan semejante capacidad. Me inunda su olor cuando me acerco. Una mezcla de orín, suavizante y sudor, y algo más que no identifico.

De nuevo me recrimino por infravalorarme, pues entra casi entera, solo detenida por la imposibilidad física de mi garganta.

Barboteo, con ganas de vomitar, pero él se mantiene firme y consigo aguantarla dentro.

A pesar de ser mi primera vez creo que lo hago bien. Me guía el deseo y la curiosidad, y quizá la ausencia absoluta de mi mal humor.

Sus gemidos se acompasan con los míos, pues mientras mi boca le ofrece placer al desconocido, mi mano me lo da a mí.

Ambos perdemos el control a la vez. ¿Conoces ese punto de no retorno? El caño que atraviesa mi garganta hasta el estómago es denso y lechoso. Abundante. Yo me desahogo a espasmos, mientras los azulejos de la pared son de repente arañados por sucesivas marcas blancas.

Ya de pie, conseguimos controlar la respiración y mientras nos vestimos, observo de nuevo que se trata de un tipo atractivo.

Relato de Matt Winter

—Es tu primera vez —confirma más que pregunta, mientras consigue que todo aquello entre en su ropa interior.

Contesto con otra.

—¿Y la tuya?

—Ha habido otras.

Se sube los pantalones y trastea con la cremallera. Temo que al subirla pellizque algo tan abultado.

—¿Siempre lo haces así? — me atrevo yo esta vez.

Él vuelve a mirarme. Me gustan esos ojos verdosos.

—¿Con un chico guapo que me encuentro en los aseos de una estación de descanso?

Sonrío para disimular el cosquilleo que me ha provocado su respuesta.

—Poniendo el anzuelo.

El desconocido se encoge de hombros.

—Hay normas.

—¿Qué normas?

—Si quieres hacerlo con chicos como tú…

—¿Cómo soy yo?

Esta vez su sonrisa es más amplia. La tiene preciosa, la sonrisa también. Caninos ligeramente prominentes, lo que le aporta un aire muy viril. Jamás pensé que un aire de este tipo pudiera interesarme.

—Tú mismo me lo has insinuado —me aclara—. Es tu primera vez.

Deduzco que le gustan los hombres que nunca se han encerrado en un aseo con otro y con los pantalones bajados.

—¿Qué normas tengo que seguir si quiero hacerlo? —insisto.

Sale del habitáculo para mirarse en el espejo cuarteado y lavarse las manos. Yo le sigo mientras termino de atarme el cinturón.

—La primera, ser discreto.

—¿Y la segunda?

—Una relación corta.

Es entonces cuando me lo dice, mientras yo aún paladeo el sabor de su simiente en mi garganta y él usa el papel de un expendedor para secarse los dedos.

Me pregunto por qué eso será una norma. Jamás he visto antes al desconocido y dudo que vuelva a pasar por aquí, a menos que…

—¿Porque volveremos a vernos? —adivino.

Él se vuelve. Me saca la cabeza y es mucho más corpulento que yo.

—Esa es mi intención —contesta.

De nuevo el jodido escalofrío atravesando mi espalda. Pienso en los gérmenes que me rodean. ¿Y si me ha atacado alguno de ellos? Pero todas esas ideas son vencidas por la curiosidad.

—Y cuál es la tercera norma.

El desconocido me guiña un ojo.

—La más difícil para ti.

—¿Me la dirás?

Arroja el papel a la papelera y sale por la puerta. Cuando me contesta ya me ha dado la espalda.

—No enamorarse.

6 COMENTARIOS

  1. No me puedes dejar con esta curiosidad y excitación que me has provocado, quiero más…. Q morboso relato. Quiero saber más de la historia. Me gusta.

    • ¡Gracias por tu comentario! Si te quedaste con ganas, puedes leer más historias del autor en el enlace que está debajo del cuento, donde dice «Matt Winter | Relatos».

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